Confesar la misericordia divina.


Confesar la fe es proclamar que se cree en Dios Padre, que se cree en su Hijo Jesucristo, que nació de María Virgen, que se cree en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida. Acercarse a confesar es un acto de fe, es afirmar que se cree en Dios misericordioso, en Dios entrañable, Pastor bueno, en Dios amor, en la identidad que Él mismo nos ha revelado en su Hijo.

No hay acto más explícito que manifieste la fe en Dios misericordioso que el de acercarse con humildad y verdad a abrir el corazón ante la mediación que la Iglesia y Jesús nos ofrecen a través de los presbíteros, para dejarnos perdonar. Confesar las faltas y los pecados es la posibilidad histórica de celebrar la Pascua. Es la forma personal de experimentar el paso del Mar Rojo, del río Jordán, de pasar de la esclavitud a la tierra de la promesa, de sentir que se es hijo y no siervo, amado de Dios y no vagabundo, abrazado por la ternura divina y no huérfano, sentado a la mesa del diálogo trinitario y no retraído, deprimido y ensimismado; es sentirse capacitado para comenzar de nuevo y no arrastrar el peso de la historia malversada o clandestina, liberado del peso de la angustia y colmado de gozo y esperanza.

Quien se abstiene de confesar la misericordia divina se trata injustamente, por el riesgo que corre de intentar valerse por sí mismo y perecer en el agotamiento, por el peligro que sufre de olvidar que es hijo, heredero de Dios y coheredero con Cristo, por emprender un camino autosuficiente, orgulloso, emancipado, que conduce a la extenuación, al fracaso, a la experiencia insoportable de uno mismo, sobrecargo de todo lo que no agrada.

Quien se refugia en ideologías o pensamientos aparentemente liberadores por autosuficiencia, y no sabe acudir al perdón, a confesar el tesoro de la fe, la identidad de Dios cercano, compasivo, que está aguardando el retorno contrito y voluntario de su hijo, se autocondena a vivir en la intransigencia, en el juicio despótico, en la competitividad inmisericorde o en el relativismo moral, que conducen al hastío.

Quien se obstina en valerse por sí mismo, y no reconoce su debilidad y necesidad de ayuda, puede llegar al extremo de endurecerse de tal manera que pierda la capacidad afectiva, el sentimiento humano del agradecimiento, el gozo de saberse acompañado y querido más allá de lo que hace, por él mismo.


Confesar la fe en la misericordia de Dios humaniza y hace al creyente más humilde, dócil, abierto, comprensivo, tolerante.

En el Credo se confiesa la fe en el perdón de los pecados, regalo que Jesucristo resucitado entregó a sus apóstoles al infundirles el Espíritu Santo: “Recibid el Espíritu Santo, a quien perdonéis los pecados le quedan perdonados”.

Celebrar el sacramento del perdón es confesar el amor, el perdón, la bondad de Dios de generación en generación, porque su misericordia es eterna, y su fidelidad por todas y para todas las edades.
( Ángel Moreno, de Buenafuente.)


LO QUE ES, SIGNIFICA O EXPERIMENTAMOS

El solo hecho de acercarnos a Confesar la Fe, nos hace valederos de nuestra creencia, aceptando en todo, ese momento que sabemos nos aporta beneficios y que es Dios, por medio del Sacerdote, el que nos escucha, el que nos comprende, el que nos aconseja, y algo muy importante, el que nos acepta tal cual somos, por lo que nos procura Su Perdón. Dios, Pastor bueno, está siempre atento a nuestra voluntad de acercarnos y, aunque nos descarriamos constantemente, no hay una sola vez que no esté ahí esperándonos.


Este acto de humildad y verdad es liberador donde los haya. Tenemos a un Dios, Todo Misericordia, delante de un ser mísero, manchado e impotente para caminar solo con el peso que ha contraído, que suplica ayuda al Padre y que sabe perfectamente que la obtendrá; pues, qué sería de nosotros si no fuera así. Pero nó, Dios está ahí, para librarnos de la carga y así podamos seguir caminando hacia Él, pues, estaremos vislumbrando su Luz con claridad meridiana, pues habremos conseguido dar sitio en nuestra Casa al Espíritu Santo, ya que la hemos dejado limpia y en perfecto estado para que Alguien tan importante entre, y no solo entre, sino que actúe.



LO QUE NOS RETRAE, DIFICULTA

Pero, podemos retenernos de este Acto de Fé, pues podemos pensar que todo ello es “una pérdida de tiempo”; “no nos libera pues no nos sentimos necesitados”; “nos mostramos como dioses, que todo lo pueden” y “¿para que humillarse?; “eso no es un sentimiento agradable e innecesario para alguien que quiere avanzar y conseguir cotas en este Mundo”. Pobres de nosotros si llegamos a esta realidad, pues claramente estamos abandonando a Dios y lo estamos supliendo por las cosas de este Mundo, y estaríamos despidiéndole de nuestra vida.

Y es que, es muy fácil, hoy día, seguir la corriente que impera en nuestra sociedad, donde todo lo relativiza y bajo una falsa moral, te absorbe y neutraliza, haciéndote una marioneta, donde otros son los que mueven los hilos. Posiblemente lo que nos ofrecen pueda ser tentador y las indicaciones y explicaciones que nos den, nos hagan pensar “que nuestra capacidad es suficiente y no necesitamos de un Ser superior, que lo único que nos hace es comprometernos”; si hacemos caso a ello, estamos en clara sintonía con el pensamiento del Mal de este Mundo, que es justamente el que utilizando sus medios nos está engañando, quitándonos la gracia de la humildad y el acercamiento a nuestro Padre del Cielo.

Podemos llegar a ser como rocas, ¡ tan duras ¡ que perdemos la capacidad y la sensibilidad de sentirnos pobres, débiles y pecadores; aunque, eso sí, los demás sí lo son; los demás sí son pobres pecadores “ellos son los que lo necesitan, nó, nosotros”. Perdemos, en consecuencia, esa sensación de acompañamiento, consejo, cariño, gozo, no solo de nuestro prójimo, sino, lo verdaderamente importante de nuestro amoroso Padre.



LO QUE NOS REPORTA, CONSECUENCIAS

Pero si Confesamos la Fe, adquirimos grandes regalos que Dios nos hace, la Humildad, Docilidad, Comprensión……Ayuda; Gracias que sin la Misericordia Divina, nunca llegaríamos a alcanzar, pues nosotros, aunque a veces no lo queramos entender, por nosotros mismos no podemos avanzar en el Camino de la Salvación, en el camino de Luz que Dios nos marca y nos señala, y que tenemos la posibilidad de verlo con claridad o no distinguirlo.

Como Cristianos, confesamos en el Credo la Fe en el “Perdón de los Pecados”, pero hay algo muy importante resaltar, y es lo que sigue, “Así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”; porque no olvidemos que la medida que nosotros utilicemos con nuestros hermanos, será a la vez la que nuestro Padre tendrá con nosotros y no es que Él nos castigue por ello, sino simplemente que quiere poner realce a la Caridad para con el hermano y no podemos pedir clemencia cuando nosotros no somos capaces de tenerla con los demás, lo cual no deja de ser incongruente.

Dios nos ha hecho un precioso regalo, a través de la Iglesia, en el Sacramento de la Reconciliación; donde nuestra Alma, tiene la posibilidad de recuperar todo su vigor, una vez se haya despojado de toda carga de pecado, y le haya permitido ello, entrar al Espíritu Santo, el Paráclito, el cual nos aporta Su Perdón, pero sobretodo Su Amor y esa Gran Bondad de Padre. Y lo mejor de todo, es que somos libres de hacerlo; “¿pero quién se perderá este gran Regalo? ¿Quién opondrá resistencia? – aquel que admita nuestra poquedad, aquel que admita nuestra necesidad, aquel que ponga su voluntad al servicio del hermano y ponga nombre a Dios, y le diga con cariño Papá.



SÚPLICA


Señor, si quieres, puedes limpiarme. Si quieres, puedes extender tu mano sobre mí y quedar curado de todas mis dolencias.

Señor, si quieres, puedes perdonar toda mi historia emancipada de tu amor, todos mis pecados. Si Tú quieres, puedes dejar en mí la necesidad constante de buscarte.

Señor, si Tú quieres, puedes hacer que pase del concepto al amor, de decir bonitas palabras a ser enteramente tuyo. Puedes enamorarme y hacer que no tenga otro motivo de trabajar, de vivir, que tu persona.

Señor, si quieres, puedes limpiar mi mente de toda imagen extraña a la bondad, verdad y belleza que no seas Tú. Puedes hacer que mi corazón no anhele otra relación que la tuya.

Señor, si Tú quieres, puedes acrecentar en mí la fe en ti y que camine siempre a tu luz. Puedes hacer que vea siempre el lado bueno de las cosas y las cualidades de las personas.

Señor, si Tú quieres, puedes purificar mis sentimientos, mis intenciones, la razón de todos mis actos, el motivo profundo de mis pisadas. Si Tú quieres, puedes hacer que toda mi actividad sea siempre por amor a ti y para gloria de tu nombre.

Y sobrecogido, sin manipular el texto evangélico, leo con mis ojos y escucho con el oído interior:

“QUIERO, QUEDA LIMPIO”.
“PERDONADOS TE SON TUS PECADOS”.
“VETE Y NO PEQUES MÁS”.
“LEVÁNTATE Y ANDA”.