Dice María...

Reservar siempre el primer puesto a  la oración. Ni el cansancio ni los pesares ni las ocupaciones impidan la oración; antes al contrario, seréis favorecidos.

Sea siempre la reina de vuestras ocupaciones. Vuestro refrigerio, vuestra luz, vuestra esperanza. En las horas tristes sea vuestro consuelo; en la horas felices canto; pero siempre, la amiga constante de vuestra alma; la que os deslige la tierra, del destierro, y os mantenga en suspensión hacia el Cielo, la Patria.

¿Sois débiles, pobres imperfectos? invocad la santidad del Señor: "¡Santo, Santo, Santo!. Invocad al Santo bendito para que socorra vuestra miseria. Vendrá transfundiéndoos su santidad. ¿Sois santos, ricos de méritos ante sus ojos? invocad igualmente la santidad del Señor, la cual, siendo infinita, aumentará cada vez más la vuestra. Los ángeles, seres que están por encima de la debilidades de la humanidad, no cesan un instante de cantar su "Sanctus", y su belleza sobrenatural crece con cada acto de invocación de la santidad de nuestro Dios. Imitad, pues, a los ángeles.

No os despojéis nunca del amparo de la oración. Contra ella se despuntan las armas de Satanás, las malicias del mundo, los apetitos de la carne, las soberbias de la mente. No bajéis jamás esta arma, por la cual los Cielos se abren, lloviendo así las gracias y bendiciones.

La tierra tiene necesidad de un lavacro de oraciones para purificarse de las culpas que atraen los castigos de Dios. Y, dado que pocos oran, esos pocos deben orar como si fueran muchos, multiplicar sus oraciones vivas para obtener con ellas esa suma necesaria para conseguir gracia; y las oraciones viven cuando están sazonadas con verdadero amor y sacrificio.

Fuente: MARIA VALTORTA "El Evangelio como me ha sido revelado"