Dad gracias al Señor porque es bueno
Señor, tú me sondeas y me conoces.
Me conoces cuando me siento o me levanto,
de lejos penetras mis pensamientos;
distingues mi camino y mi descanso,
todas mis sendas te son familiares.
No ha llegado la palabra a mi lengua,
y ya, Señor, te la sabes toda.
Me estrechas detrás y delante,
me cubres con tu palma.
Tanto saber me sobrepasa,
es sublime, y no lo abarco.
¿Adónde iré lejos de tu aliento,
adónde escaparé de tu mirada?.
Si escalo el cielo, allí estás tú;
si me acuesto en el abismo,
allí te encuentro;
si vuelo hasta el margen de la aurora,
si emigro hasta el confín del mar,
allí me alcanzará tu izquierda,
me agarrará tu derecha.
Si digo: <
que la luz se haga noche en torno
a mí>>,
ni la tiniebla es oscura para tí
la noche es clara como el día,
la tiniebla es como luz para tí.
Tú has creado mis entrañas,
me has tejido en el seno materno.
Te doy gracias porque me has
plasmado portentósamente,
porque son admirables tus obras;
mi alma lo reconoce agradecida,
no desconocías mis huesos.
Cuando, en lo oculto, me iba
formando,
y entretejiendo en lo profundo
de la tierra,
tus ojos veían mi ser aún informe,
todos mis días estaban escritos
en tu libro,
estaban calculados antes que llegase
el primero.
¡Qué incomparables encuentro
tus designios,
Dios mío, qué inmenso es
su conjunto!
Si me pongo a contarlos, son más
que arena;
si los doy por terminados, aún me
quedas tú.
Sondéame, oh Dios, y conoce
mi corazón,
ponme a prueba y conoce
mis sentimiento,
mira si mi camino se desvía,
guíame por el camino eterno.
Fuente: Salmo 138