RETIRO DE ADVIENTO 1 DE DICIEMBRE 2ª PARTE

  Mateo 3, 1-4 Juan Bautista en el desierto cual era su vida. El silencio, la condición ambiental que ayuda al encuentro, a la meditación, a la oración.

 1º Reyes, 19 Elías agobiado porque le persiguen para matarlo y se esconde por miedo. Pide: “Quiero ver tu rostro Señor” y el Señor le responde: “Métete en aquella rendija”. Estando allí, escucho en varias ocasiones truenos, relámpagos, etc. y ahí no aparecía Él, hasta que se dio cuenta, por la percepción de la brisa de aire, que ahí sí estaba Dios.

 Debe haber silencio exterior e interior para poder recogernos en Él; quizás tengamos miedo a ese momento, sobretodo en estos tiempos de tanto movimiento de un lado para otro; sin embargo el Jesús Orante nos indica la necesidad expresa de esa situación de calma, de esa situación en la que los ruidos dejan de percibirse, para ver a Jesús, que nos presenta nuestra realidad.

 En el Evangelio vemos distintos momentos de silencio orante:
 -La Anunciación, a solas.
 -El Nacimiento de Jesús, en el silencio.
 -La elección de los Doce Apóstoles, después de bajar de la montaña.
 -La Resurrección, en el amanecer.

 El silencio permite alentar nuestro empuje y fuerza, por la Palabra que compartimos y llena nuestro ser; nos convertimos en un discípulo que se pone a la escucha de la Palabra.

 Efectivamente, el Señor quiere que nos convirtamos en oidores de su Palabra, a través del silencio, que nos hace amigos suyos.

 La oración es lo útil de lo que consideramos inútil.

 Lucas 3, 19-20 Enfrentamiento de Juan Bautista a Herodes. Pasamos, del siglo XVI, totalmente creyente, a nuestra actualidad donde pensamos que somos más humanos, y ha resultado ser todo lo contrario; se plantea un Paraíso sin Él, cuando en realidad se convierte en un Infierno. Hoy tenemos una crisis de valores, por no tener a Dios; un mundo inhumano, pese a pensar lo contrario. Hay que poner Alma a esta Sociedad, con valentía y testimoniando la Fé. “Id por el mundo entero proclamando la Buena Noticia” Marcos 16, 15 – Mateo 18,20.

 Los Apóstoles son un grupito, con una Misión más allá de sus posibilidades, por lo que Jesús prometió la venida del Paráclito, del Espíritu Santo y la promesa de que nos acompañará siempre hasta el final de los tiempos.

 La evangelización de los hombres es la Misión principal de la Iglesia. Cuando hablamos de Evangelio, hablamos de Jesucristo, que es la identidad del Hombre.

 Creemos el ambiente necesario para que en nuestro entorno consigamos el clima de encuentro con Jesús, nuestro y de los demás. Los fieles cristianos laicos están plenamente identificados en la Misión, pero no se puede transmitir aquello que no se vive.

 La Nueva Evangelización requiere un nuevo ardor, pero caemos en el miedo al silencio; posiblemente viviéndola dentro de nuestra Parroquia, pero fuera no se nos describe como tales.

 Jesucristo nos llama para estar con Él. Marcos 3, 13-14 Y enviarnos hombres y mujeres que edificaremos sobre roca con Oración, Palabra, Eucaristía. Nos llama para ser sus Testigos.

 Si te sientes Salvado y Liberado, transmítelo al otro, siendo fiel transparencia de Él.

 Hoy día, el único Evangelio que pueden tener muchas personas, es el de nosotros y el reflejo de Dios que podemos dar a conocer.

 Esta Evangelización no es posible sin Amor. “Como el Padre me envió, así os envío Yo también”. La Evangelización es entrega, donación, gratuidad, generosidad, no para guardarla, sino para distribuirla. Debemos confiar en los demás a pesar de nuestros pensamientos quizás adversos sobre algunos de ellos. La transmisión de persona a persona, mantiene su valides hoy día. No somos vendedores de nada; transmitimos nuestra experiencia a los demás.

 Volviendo a la oración que es:
 -Contemplar y seguir la vida de los demás.
 -Pedir ayuda a Dios; Luz para poder llevar a Jesús.
 -Pedir su intercesión por esas personas.

 En definitiva pedir ser portadores de esa Gran Noticia, con el ejemplo, y el encuentro con los demás, haciéndonos participes de sus vidas, en los buenos y malos momentos, dándoles la Esperanza de ese Reino de Dios que podemos vivir desde aquí, ya, en la tierra.

En los Dos Corazones