RETIRO DE ADVIENTO 1 DE DICIEMBRE DE 2012
El desierto es la oración. En soledad, para enamorarnos desde su Amor. Lo más importante en el Retiro es lo que se va sintiendo desde el corazón. Santa Teresa de Jesús dijo que “la oración es una conversación amistosa con Alguien que nos ama”. San Agustín decía “si rezas, hablas con Dios, si lees las Escrituras, escuchas lo que te dice Él”. Instalarse en Dios con el anhelo de Su presencia. Orar es hacer sitio a Dios, en confianza y amor como decía Benedicto XVI.
Todo orante enmarca su oración en la situación personal que vive.
Hoy día se va por 2 orillas:
-Las sensaciones (de sufrimiento, injusticia, corrupción, soledad sin norte, situación de desierto; vacío según Benedicto XVI).
-Un llamamiento de la Iglesia a un tiempo de Fe, (Gracia y compromiso con Dios, hablando a los demás de la Buena Noticia, que es el Evangelio). La Nueva Evangelización.
Estas 4 semanas como fin la venida de Jesús, como Salvador, preparando el camino.
La oración, aunque personal para cada uno, requiere unas pautas. Juan es el Adviento; Juan aparece como el hijo de lo inesperado; a Zacarías e Isabel, estéril, Dios irrumpe en sus vidas.
Salmo 40. “Aquí estoy Señor para hacer tu voluntad”. “Tuya soy, para ti existo, ¿qué quieres de mí?, decía Santa Teresa.
Juan, 1, 35-39 Juan señala a Jesús. Hoy igualmente nosotros somos protagonistas. Debemos primeramente meditar la vida de Jesús, como entendía y como ayudaba a los demás; y así igualmente a nosotros.
No se comienza a ser cristiano por una etiqueta, sino por el convencimiento del conocimiento de Alguien que nos da esperanza.
Jesús desde el principio tiene algo que atrae a la gente, de diversas formas. Provocó un impacto con los enfermos; provocó algo nuevo, algo inusitado, único; hablando de la cercanía del Reino, sin esclavizarnos humanamente.
Él es el centro de nuestras vidas. El misterio que lleva dentro, amando, perdonando, ayudando. Ellos aprendieron de Él como había que hacer para el acercamiento al Padre. A través de las Parábolas, encuentra un mundo nuevo, una utopía, una esperanza; lo ven lleno del Espíritu de Dios. A la vez que van entusiasmándose con el Señor, van temiendo más, por el entorno del sacerdocio reinante. Le oyen repetir por todas partes “No tengas miedo”, “Tengan la Paz”. Una Fe nueva; en este Hombre está Dios.
Más adelante hablarán de la nueva vida en Dios, por todo lo visto y aprendido. Solo el encuentro con Jesús Vivo, da testimonio a nuestra vida.
Ante un mundo perdido, abrir las puertas a Jesucristo, que es la Roca firme, la Luz que viene de lo Alto, Él, nos hace libre.
San Lucas 3. 8, 10-11. La vida de Juan; bautizando y alzando la voz, da fruto digno de conversión: “el que tenga algo, que lo comparta”.
Invitación a vivir según el Proyecto de Dios con la conversión (griega: cambio de mentalidad, ideas, valores –en la mente; hebrea: salir de un sitio para volver a otro – según una vida humana hacia la vida en Gracia). Centro de nuestra vida. Los frutos son compartir, ceder, entregar.
Cuando sacamos a Dios de nosotros, salimos al yo, y si volvemos, salimos al nosotros. Compartir, compasión, compadecer; nos pide que nuestras actitudes, sean tales, no unos actos. Juan nos introduce en la Iglesia de la Solidaridad y compasión. Itinerario del pecado a la compasión.
1º - Pasar de la ignorancia al encuentro; desde la cercanía – no pasar de largo-. El encuentro es el impacto que nos produce la situación de esa otra persona que encontramos o acude a nosotros.
2º - Pasar del encuentro a la conversión. Debemos comprender el significado de esa magnitud del sufrimiento…observando su necesidad real.
3º - Pasar de la conversión a la contemplación. ´Ver en esa persona perdida en la fe, en la esperanza, en el sufrimiento, que ahí está el Señor. Nuestra vida se completa cuando legamos a amar al otro, no de una manera pasajera sino llegando al fondo y acompañando.
4º - Pasar de la contemplación a la comunicación. Esa persona sufriente la hacemos nuestra; que nos alegremos con sus alegrías; agobiarnos con sus agobios; sufrimos con sus sufrimientos; en definitiva hacernos participes activos de la vida del otro; la cruz de ellos sentirla como nuestra cruz. Estamos reservados para los demás, con la condición de que no salgan de nuestra vida. El amor cristiano es permanencia con el sufriente, no buscando el sentirse bien uno mismo, sino hacer sentir bien al otro.
En los Dos Corazones